3 de diciembre de 2007

Augusto San Miguel: Héroe de un cine invisible

 Publicado en Revista Diners, N° 307, diciembre de 2007


Augusto San Miguel Reese

Hace 83 años, en medio de fuertes convulsiones sociales y económicas, y la antesala a una revolución que modelaría varias de las instituciones del Estado contemporáneo, el 7 de agosto de 1924, estalló en Guayaquil un bombazo de imágenes producidas totalmente en nuestro país: el comienzo de la historia del cine de ficción ecuatoriano. Su protagonista: un ecuatoriano también, el dramaturgo y actor Augusto San Miguel. Tuvieron que pasar 82 años para que se diera un “reconocimiento oficial” a esa “aventura imposible” -como siempre califican los pesimistas a cualquier iniciativa visionaria que se realiza en nuestro país- como el Día del Cine Ecuatoriano (1) y para que el fundador del arte fílmico nacional tuviera con su nombre un premio que reconociera los mejores trabajos cinematográficos del país (2). Formalismos a parte, necesarios pero no únicas fuentes de reivindicación histórica, lo importante es profundizar en el personaje y los hechos que configuraron el precedente del cine ecuatoriano.

Un niño rico que soñaba con las tablas

Augusto San Miguel nació en Guayaquil el 2 de diciembre de 1905 y murió muy joven, en esta misma ciudad, el 7 de noviembre de 1937. A decir de Hugo Delgado Cepeda, periodista e investigador porteño que posee quizás la mayor cantidad de documentación sobre San Miguel, fue un gran bohemio, viajero y aventurero, gracias a la comodidad que le dio el haber nacido en una próspera familia.

“Su familia era propietaria de la gran hacienda de La Saiba, al sur de Guayaquil. El padre de San Miguel, al morir, dejó una gran fortuna a su viuda y a su hijo. La madre viajó a Europa y la vida disipada de San Miguel hizo que él gastara mucho del dinero de su madre”, comenta Delgado.



Una rara foto de San Miguel proporcionada por Hugo Delgado Cepeda.

La curiosidad de San Miguel por el arte empezó con el teatro: era un apasionado de este arte y comenzó interpretando papeles pequeños y luego fundó su propio grupo. Escribió, además, diversas obras teatrales como El último bohemio (1930), Sombras, Tercer cuartel (1936), Yo no soy comunista, Almas bohemias, entre otras. Por el lado del cine, sus grandes influencias fueron el cine mudo francés, las producciones de Hollywood y el bagaje fílmico alemán de los años veinte, que pudo observar durante una estadía en Europa, donde quedó cautivado por las imágenes en movimiento. La revelación del cine, sumada a su pasión por la actuación y la amplia posibilidad que le daba su fortuna, fueron la amalgama perfecta para emprender un proyecto fílmico en un país donde nunca se había producido algo igual.

El estreno y sus detalles

La mañana del 7 de agosto de 1924, el país amanece con una noticia realmente interesante. En el periódico más importante de Guayaquil y del país en aquella fecha, se anuncia “la primera película nacional de argumento que se presenta en la pantalla cinematográfica, iniciación de nuestro arte mudo(3).

Ese día y a la edad de 19 años, San Miguel estrena El tesoro de Atahualpa en los teatros Edén y Colón. El filme era una historia de aventura, basada en la popular leyenda sobre el paradero del oro que se pretendía pagar como rescate del último emperador inca y que se cree fue enterrado en algún lugar ignoto del país.




Anuncio del estreno de El tesoro de Atahualpa en diario El Telégrafo.

San Miguel se convirtió con esta película en el primer director, productor, actor y guionista del cine silente nacional y protagonizó el papel de Jaime García, un médico que descubre la misteriosa ruta al tesoro. Evelina Orellana (su nombre artístico, porque el verdadero era Evelina Macías Lopera) fue la principal actriz del filme y se convirtió en la primera actriz del cine mudo ecuatoriano. También participaron Anita Cortés, Julia Stanford, el holandés Arie Van den Enden como el extranjero malo, el boxeador Manolo Vizcaíno como el bueno, el cómico P. Chevasco de la localidad costeña de Ancón, y F. Zaldumbide como el Indio Ramanchen.



Evelina Orellana (Evelina Macías Lopera), primera actriz del cine silente ecuatoriano.
Foto del archivo de Hugo Delgado Cepeda.

Los ensayos de simulación mímica -porque no había necesidad de parlamento o diálogo- fueron realizados en un local de pelota vasca ubicado en la esquina de Rocafuerte y Tomás Martínez (actual “Zona Rosa”), propiedad de unos españoles de apellido Solá, cuenta Delgado Cepeda, cuyo padre vivía a dos cuadras de ahí y estaba al tanto de las novedades de la filmación. Las locaciones para la película fueron el Paseo de las Colonias -actual Malecón Simón Bolívar-, el río Guayas, la antigua estación de trenes de Durán y algunos parajes selváticos de la Costa.



El teatro Edén, de Guayaquil, en 1924.
La obra se estrenó simultáneamente también en el teatro Colón.

El estreno de la película fue un acontecimiento, “una novedad en todo el país” señala Delgado, “sin embargo, en esa época nadie estaba acostumbrado al cine y la proeza no tuvo la repercusión esperada”. La fortuna de San Miguel y de su madre prácticamente quedó invertida sin frutos, pero no fue obstáculo para que nuevas producciones de la Ecuador Film Co., productora que fundó San Miguel y de la cual era gerente y propietario, llegaran nuevamente a los teatros.

¿Qué pasó con las películas?

El mismo año del estreno de El tesoro de Atahualpa, 1924, San Miguel filmó y estrenó en Quito la película muda Se necesita una guagua, y luego, en 1925, Un abismo y dos almas. Después de eso, las titánicas empresas fílmicas de San Miguel fueron abandonadas y se dedicó nuevamente al teatro y a sus andanzas bohemias, tanto en el puerto como en el mundo, que al final le pasaron factura el 7 de noviembre de 1937.

De las películas sólo quedaron rumores y la imperiosa necesidad de su búsqueda. Delgado Cepeda emprendió la iniciativa para encontrarlas en la década del 60 del pasado siglo. Con resignación, recuerda: “Me reuní con Teodoro Alvarado Olea, padre del actual director de revista Vistazo -que también era productor de cine- para hallar las filmaciones pero no dimos pie con bola. En los años 20 se producían grandes incendios y las películas venían con un tambor metálico que se calentaba y el celuloide se derretía, se hacía gelatina, se pegaba; por eso es que había muchos incendios en las cabinas de proyección”.

Si el paso indolente del tiempo puede destruir unas cintas, no puede acabar con las esperanzas de hallarlas. Aún hay pistas de su paradero. En el documental Augusto San Miguel ha muerto ayer (2003) del cineasta quiteño Javier Izquierdo, uno de los familiares de San Miguel señalaba que, si se desea empezar una búsqueda de las películas de este pionero, probablemente la clave sería el camarógrafo chileno Roberto Saa Silva, quien participó en la grabación de El tesoro de Atahualpa y los otros filmes de San Miguel, ya que él hacía de distribuidor y mantenía copias para las proyecciones en Quito y Cuenca.



Roberto Saa Silva, en una foto que salió en el anuncio el día del estreno de “El Tesoro de Atahualpa” en diario El Universo.

De Saa Silva, quien además era cantante y pintor, se sabe fue una figura clave en los inicios de la cinematografía andina. Luego de su trabajo con San Miguel, el chileno viajó a Hollywood. Ahí fue actor de las versiones en español de las cintas Monsieur Le Fox y Presidio, en 1930 (4). Llega nuevamente a Sudamérica y en 1939 dirige la película sonora El vértigo de los cóndores en Perú. En Colombia es director de los filmes Allá en el Trapiche (1943), Anarkos (1944) y Pasión llanera (1947) (5).

Muchas de sus cintas, al igual que las de San Miguel, se perdieron. De ellas sólo se conservan 28 minutos de rodaje de los 85 totales de Allá en el trapiche en la Cinemateca Distrital de Bogotá, en Colombia. Se desconoce el año y lugar de la muerte de Saa Silva, pero Delgado Cepeda señala que vivió entre Antofagasta y Valparaíso, en Chile y que, si existen copias, éstas podrían estar allá. “Sólo habría que investigar si Saa tuvo descendientes para localizar las películas”, comenta. Las claves para hallar algo tal vez apunten al país del sur...

La leyenda

Sin embargo, también existe la posibilidad de que estas claves se encuentren en nuestro país y yaciendo en una tumba. La madre de San Miguel, desde hace medio siglo, descansa en el Cementerio General de Guayaquil. Según sus parientes, antes de morir pidió ser enterrada con las pertenencias de su hijo único, las que cuidaba con sumo cariño y recelo. Se deducía entonces que las películas podrían estar con ella. En el año 2003, con permiso de la Sanidad y la venia de los familiares del cineasta y su madre, por motivo de la filmación de Augusto San Miguel ha muerto ayer, se exhumó la tumba de la madre del director para ver si la leyenda en torno al paradero de las películas olvidadas podría acabar ahí. No se halló nada. Se decidió entonces buscar en la tumba de San Miguel, pero por temor no se accedió a hacerlo.

Esté en una tumba o fuera de las fronteras, la obra de San Miguel puede hallarse todavía. Las entidades responsables del cine nacional tienen esa misión, para que en una no tan lejana e imposible transposición del tiempo podamos observar algún día la primera película con argumento del Ecuador y nunca más se diga que San Miguel fue héroe de un cine invisible que se dio por perdido.

- Jorge Osinaga -

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Notas:

(1) El Acuerdo Ministerial N° 507, firmado por el ministro de Educación Raúl Vallejo, el 17 de octubre de 2006, instaura el 7 de agosto como Día del Cine Ecuatoriano.
(2) El 25 de mayo de 2006, el Ministerio de Educación crea el Premio Cultural Augusto San Miguel.
(3) Diario El Telégrafo, jueves 7 de agosto de 1924, anuncio del estreno, página 3.
(4) Rito Alberto Torres, Avances en la preservación del patrimonio audiovisual colombiano, Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano.
(5) Emilio Bustamante, Retratos de familia. El cine en los países andinos, pág. 5, Biblioteca Digital Andina (Comunidad Andina de Naciones).

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